Capítulo 11: La paranoia de David.


Estoy sentado sobre la cama mientras garabateo con inconexas palabras un poco de esta realidad. La noche es cálida. Oigo la voz del hombre que vende arroz en la esquina, los autos y sus bocinas y una funda que se expande y contrae. Me alisto para salir a conseguir Wi-fi del pasillo pero David se levanta abruptamente de su lecho. Vuelvo mi mirada a él viendo en su rostro una mueca ajena a la de la tarde, su mirada es inquisitiva mientras analiza con nuevos ojos la habitación.

Empieza a caminar, lo hace lento, muy lento. Observa minuciosamente todo aquello que lo rodea, las camas, la mesa, ¡El suelo! El suelo de tablas paralelas que lo dirigen hacia la puerta de salida, persigue ese haz de luz imaginario que como reflector hace clavar su mirada en el primitivo sistema de seguridad de gancho y agujero.

Silencio.



El haz de luz hace mover su rostro hacia la pared. El suelo pierde interés cuando la pared le entrega una nueva textura, una nueva sensación que absorbe con una delicada caricia. Con ternura y suavidad recorre esa áspera pared. Suelta una risa muda, vuelve a reír estúpidamente, se voltea a ver que lo rodea  parece que algo ha cambiado. Sus cejas se levantan grotescamente.

Recrea en su rostro el sentimiento de miedo. Empieza a caminar con recelo con sus manos sobre su pecho. No lo dejan avanzar y retrocede inmediatamente, se aferra a la pared con fuerza, parece vislumbrar un abismo ante sus ojos al mirar al suelo con pavor. Su respiración es agitada mientras pareciese que lo empujan a caer. Mueve sus brazos desesperadamente. Cuando su espalda alcanza la pared, empieza a balbucear como si pidiese perdón. Sus brazos tiemblan y vuelve a balancearse con fuerza, no puede regresar y cae. Cae de rodillas al suelo y grita fuertemente.

Silencio.

Se levanta. Su rostro vuelve a ser el mismo de antes. Ha vuelto a esta doble habitación de Loja, aquí donde las distintas cosas que pueden estar pasando de habitación en habitación puede resultar sorprendente. Camina a su cama convenciéndose nuevamente de la realidad.

--¿Qué pasó?

Río y niego con la cabeza. Me pongo cómodo en la cama y sigo la lectura de “Los Argonautas de la Selva”. El mismo sonido de la bolsa me advierte lo que se viene. Paso la hoja sin apuro y veo su sombra moverse.

Atento lo veo ahora frente al armario. Mantiene su mirada fija por unos momentos y luego da un respingo de espanto. Se vuelve hacia mí y persigue con la cabeza alguna invisible amenaza que lo lleva a mirar por el balcón. Se empieza a reír nerviosamente y camina hacia atrás y sin ver por donde va busca nuevamente la pared con la mano.
Grita de pavor y empieza a susurrar. Trato de descifrar si hay palabras en sus ruidos pero no son más que balbuceos de su nuevo mundo. Quisiera saber qué es lo que ven sus ojos; que hay allí en esa realidad distorsionada con elementos fantásticos capaces de disolver cualquier deseo de ser.

Golpea el armario pidiendo que lo dejen entrar, se desespera y vuelve a ver por el balcón. Yo trato de imaginar que puede haber allí; las posibilidades son prácticamente infinitas y no hay forma de confirmarse ninguna de las hipótesis porque la amnesia viene en la prescripción. Quizá sea un hombre viejo, muy anciano pero bien vestido con traje, corbata y camisa negra. Sentado en el filo del balcón invitándolo a saltar, a ser libre, llamándolo para que alcance eso que se le ha caído. Quizá sea una mujer hermosa, tan hermosa que ella misma irradie luz vistiendo de blanco lino. Lo mira con picardía  desdén, lo invita a ser partícipes de juegos de placer mundanos pero en las comisuras de sus labios yace un veneno mortal. Cosas más terribles puede haber. Tal vez un momento de su realidad, una etapa tormentosa de su vida de la cual quiere huir; algún amargo recuerdo que siente real y preparado para hacerse de él. En el armario ¿Qué hay? Tal vez una salida a la calle, una huida, un escape. Tal vez da a otra habitación de iguales características donde no este yo. Quizá no haya nada y solo sea una excusa para mantener viva la idea de que importa, que es parte del interés de alguien así sea la más asquerosa y repugnante de las criaturas: el ser humano.

Silencio.

Su respiración empieza a normalizarse. Lo convencieron. Camina hacia el balcón con la mirada fija; extiende su brazo en el umbral y cierra su mano lentamente. Pasan los segundos en una posición estática de profunda solemnidad.

Asiente con la cabeza.

Vuelve al armario mirando al suelo mientras balbucea en su idioma argumentos sólidos. Agita su mano reclamando a la puerta del armario. Empieza a mirar de reojo el balcón asustado como si la visita jamás se haya ido. Su rostro es exagerado al mirar hacia atrás, su desesperación es abrumadora, posee rasgos de resignación pero continúa en su lucha. Camina de espaldas a una esquina de la habitación intentando con sus brazos alejar sus males, no levanta le rostro. Agacha la cabeza  se cubre con los brazos mientras se lamenta.

Y calla.

Todo ha desaparecido y vuelve a la habitación de la cual físicamente nunca salió. Siempre estuve aquí observándolo y dando rienda suelta a mi imaginación; a mis delirios.

Me observa mientras intenta recapitular sus lagunas mentales. Regresa a su cama y busca la lata y la bolsa; me mira ofreciéndome la escasa sustancia que queda; yo vuelvo a tomar mi libro y sonriendo rechazo cortésmente la oferta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 12: La última noche en Loja.

Capítulo 13: Vilcabamba.