Capítulo 2: La suerte está echada.


El teléfono no ha parado de sonar. Ya se han enterado en casa con menos de doce horas de anticipación. Mi hermano no ha podido guardar el secreto hasta mañana, pobre él en ser el mensajero del diablo y tener que decirle tan “polémica” noticia a la familia. Él me llama pidiéndome disculpas y a su vez me alienta a alzar el vuelo. Insiste en las disculpas y que me vaya ahora mismo antes que alguien ose en impedir el periplo.

--La decisión está tomada— respondo para calmar su insistencia– No voy a desertar sin haber intentado.
Se despide con el mejor de los deseos que un hermano mayor puede pedir por el menor.

Tiro el celular a la cama con la pantalla hacia arriba. Entra una nueva llamada: mi madre. No tengo la valentía de contestarle, no tengo la valentía de predecir sus palabras y poder justificarme. Por eso he dejado con mi hermano una carta con todos los argumentos –cuando la razón aún era válida- explicando el porqué de esta osada pero necesaria decisión.

Veo lo que será mi equipaje de partida sobre la cama. Una mochila de lana y un bolso de cierre. Sigo recorriendo con la mirada la habitación y veo todo lo que dejo empaquetado en maletas, bolsos y cartones. No me ataca ningún remordimiento ni mucho menos falsa culpa, quizá una finísima sombra de duda pero tan fina que ni me puede tocar.

Han sido semanas planificando este periplo que a ciencia cierta no sé puede planificar, así como la vida. No sé contra que me enfrento, no sé si estoy completamente preparado o algo más debo hacer antes de irme. Mi corazón reclama a viva voz que me vaya, tanto así que hizo golpe de estado y a mi cerebro lo mandó de vacaciones. No fui a clase las últimas semanas perdiendo todas las materias en plancha. No había forma de concentrarme en amperaje, momento de inercia, series de Taylor y tamaño de grano. Mi tiempo y mi energía se canalizaron hacia la preproducción de esta obra sin libreto.
“Toc Toc”. Han de haberla llamado y por eso está ahora aquí. No puedo irme sin hablar con ella.

--Buenas noches tía— saludo al abrirle la puerta invitándole a pasar a ésta su habitación que me ha brindado durante los últimos dos años para vivir.

--Hola Lizardo— me saluda con un beso y se sienta frente a mí. A diferencia de mi madre a quien le he ocultado la verdad, a ella le he mentido acerca de la razón de mi ida. En cierta forma creo que de ambas maneras he mentido pero ésta es una oportunidad de reivindicarme –Quería conversar con usted acerca de su partida…
Le he dicho que me iba a mudar con un amigo y ha venido a decirme que luego de conversar con el tío, me va a quitar la renta. Explica las razones personales y yo escuchó la sinceridad que siempre han tenido sus palabras. Ser directa y clara la caracteriza. La renta es menos de la mitad del valor que valdría la habitación, más se acerca a un valor simbólico que a uno real y ahora el valor nuevamente sería cero.

--Tía, debo confesarle la verdad— me mira curiosa y prosigo con calma y convicción –No me voy a mudar con ningún amigo, la verdad —hago una cortísima pausa para soltar con fuerza todo— es que me voy de viaje…

Le cuento razones de mi ida, me sincero en mis palabras y mientras más hablo, más me convenzo y aferro a mi decisión. Mientras le confieso mis planes, más quiero ponerme mi equipaje y salir. Esa delgadísima sombra de duda desaparece totalmente mientras converso con mi tía Aleydi. Aquí se ha planeado el periplo, en esta habitación que hace de centro de operaciones y ahora enciendo motores.

--Si yo fuera joven nuevamente, también lo haría— agrega con su característica sonrisa –Solo le puedo desear que la pase muy bien. Que disfrute bastante, me escriba y mandé fotos.

Nos despedimos con un fuerte abrazo, abrazos de esos que transmiten alegría y nos llenan el alma.

El teléfono continúa recibiendo llamadas. Mi siguiente paso es simplemente dormir.

En la mañana me tía Aleydi me ha invitado el desayuno y le he dejado de recado que pronto mi hermano vendrá a recoger mis cosas –o eso espero-. Caminé hasta el monumento de Rumiñahui en Sangolquí con mi mochila recubierta de lana, un pequeño bolso cruzado y la seguridad de mis pasos.

El sol, mismo sol que brillaba aquella mañana en clases de EDO, hoy brilla resplandeciente y cálido. Desde aquella mañana hasta ahora el mundo simplemente siguió su camino pero dentro de mí hubo decisiones y por eso ya no veo opacas estas calles, esas casas o los autos por la carretera. Con cambiar un poco de mí, sin hacer demasiado, ya han cambiado muchas cosas y se siente bien.

He subido en una Amaguaña y con la autorización del chofer converso con la gente. Explico la razón de mi presencia y declamo dos estrofas de mi poema “Hay en la ciudad.”  Lo hago con miedo, lo hago lento, lo hago inseguro. No tengo la confianza para hacer esto pero han sido mis propias palabras las que me han motivado explicar porque lo hago.

Aquí estoy en Tambillo. En una parada conocida pero esta vez el bus que debo tomar no descenderá por la famosa Aloag-Santo Domingo. Voy hacia la ciudad de los tres juanes, allá donde el carnaval huele a flores y frutas. Allí inicia el periplo, en Ambato.

El teléfono vibra nuevamente, son ahora otras personas quienes ya se han enterado de mi decisión y tampoco deseo contestarles. El bus se ha detenido ¿Hay un paro, un accidente? Asomo mi cabeza y veo una larga fila de vehículos frente a nosotros. No hemos avanzando ni cinco minutos. Estoy cerca, muy cerca, puedo volver, retractarme, pedir perdón y aquí no ha pasado nada pero ¡No! Ningún pecado estoy cometiendo si es con mi libertad con la que me muevo. Por ninguna razón ilógica pretendo volver sin haberme jamás ido. Continuaré hasta que encuentre respuestas a ya no una sino muchas preguntas que deambulan por mi cabeza revisando entre los archivos de la memoria alguna posible solución. Estoy convencido de que encontraré las respuestas, estoy convencido que caminaré por los lugares correctos. Allá voy sin saber dónde pero hacia al frente como este bus que nuevamente se empieza a mover.

El periplo nace.

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