Capítulo 12: La última noche en Loja.


Pasando por la plaza central me percato de un museo cuyo nombre me atrapa inmediatamente: “Museo de la Lojanidad.”

La palabra “lojanidad” se centra en la identidad de este pueblo, en su cultura, en sus costumbres, en su forma de vivir la vida. Tiene la fuerza del orgullo de sus habitantes, de sus pensamientos, de su adaptación al medio circundante y demás.

Lojanidad. El mismo nombre te invita a entender desde la observación de la vitrina un análisis más profundo de lo que he visto y palpado en las calles los días anteriores.

Sala del Museo de la Lojanidad.

Damos nuestros documentos y entramos a una antigua casa colonial donde recorremos pasillos que representan las habitaciones del siglo pasado. Muebles de madera resplandeciente donde quizá alguna vez algún hombre o mujer de renombre se haya sentado frente a ese escritorio a tomar una decisión importante, redactar una carta o simplemente a meditar observando aquel cuadro de un cristo dolido que sostiene en sus manos una calavera.



Continuamos el recorrido a una sala con fotografías. Reflejos de la luz eternizados en el papel. Una botica repleta de los reactivos y compuestos en frascos de cristal; un hombre con bigote detrás del mostrador ¿acaso aquellos hombres –extintos hoy— se habrán imaginado en algún remoto momento de su vida que aquel día cuando estuvieron frente de una cámara quedaría plasmado en la posteridad y visto por los ojos de tantos desconocidos? Son seres anónimos, sus nombres solo importan si han sido los dueños del local o reconocidos farmaceutas, caso contrario, solo queda lo que representan.

Del mismo modo otras fotografías muestran momentos, objetos, personas, paisajes que permiten imaginar y ser parte de aquel momento cotidiano para ellos y tan llamativo para mí.




¿Les conté que en Saraguro tomamos bus porque nos miraban feo haciendo “dedo”? Ellos son un pueblo indígena de la Sierra, sobrevivientes también a la colonización española y hacen parte de éste museo.

Nos miramos con David y nos reímos por lo que pasamos allí.

Su vestimenta corresponde a poncho, camisa y alpargatas pero es su sombrero el que cautiva. Creí que era de algún tipo de yeso o algo por el estilo pero en realidad es lana de oveja que se ve muy resistente, tanto como una roca.

¡Qué buen sombrero!


En sus correas tiene detalle de metal donde se representa a hombres con cuerpo de caballo. Nos explicaron que esto se debe a cuando llegaron los españoles, creían ver a un solo ser. Como los demás pueblos indígenas, sus costumbres están muy arraigadas al maíz, a la pacha y a la vida en comunidad.

Seguimos y llegamos a la habitación de los artistas ilustres de la ciudad. La guía nos explica que Loja no es una provincia industrial por lo que su fuerte es la producción artística.

Hay varios personajes destacados en esta sala pero hay uno en especial que me motiva. El autor de la primera novela que leí, fundador de la casa de la cultura y gran pensador. Vergüenza me da no saber más de él que dos de sus novelas pero allí frente a mí está una fotografía con su sonrisa, una carta y las plumas que fueron suyas en vida. Hablo de Benjamín Carrión. Este momento significa para mí conocer a una de mis celebridades, aquel que en “Por qué Jesús no vuelve” cito un verso que no puedo –y no quiero— olvidar.

“¿Cómo era Dios mío, como era? 
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Yo no sé qué eras, sólo sé que fuiste.”

Su legado queda y su nombre se sigue repitiendo en el presente, un grande. Otro de los muchos grandes que pisan este país.

Para concluir con el museo de la lojanidad entramos en un salón de arte con varios cuadros y la mirada penetrante de un retrato de mujer nos da la despedida.



Al llegar la noche seguí rondando por las plazas de Loja hasta que una motocicleta de policía me llamó. El hombre sobre la moto y con unas cuantas libras de más se quita el casco dejándolo en el manubrio.

--¿Qué andas haciendo?—me pregunta con rostro serio y autoritario.

--Compartiendo poesía con la gente.

Le enseño una de mis tarjetas y se quita esa mascara de autoridad para ponerse la de hombre común, aquella con la que hablamos de tú a tú. Su rostro se relaja y me dice que el también hace poesía y mucho más cuando falleció su mujer.

--En la melancolía es cuando fluyen los mejores versos— comenta mientras pareciese recordar algo.

Sus aspiraciones fueron ser del grupo Gema, agrega lo destacado que son los entrenamientos que se consideran uno de los mejores de Sudamérica.

--Duermes en los manglares con una colcha térmica y durante toda la noche te mantiene alerta el miedo a la aparición de algún cocodrilo.

--¿Por qué no concluiste?

--Problemas de tiroides que me hizo engordar.

Su problema es que ya no llega a escribir esa misma poesía que antes, a palpar ese mismo sentimiento de pasión y tensión que estremece hasta las paredes de la venas. Ahora solo es un oficial de policía.

--Gracias por la tarjeta. Se la voy a regalar a mi amiga.

--No hay de qué.

Me retiro hacia el americano.

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