Capítulo 3: Consejos.
Acabo de llegar a la ciudad de Ambato. De
esta tierra salió una pluma vehemente que atacó sin piedad a una dictadura, de
aquí salió el autor de los versos “Los primeros los hijos del suelo” y de aquí
salió un tercer Juan cuya historia desconozco.
En la terminal de buses estoy parado. La
gente va y viene ocupada en sus asuntos. “Suba que nos vamos” grita algún
oficial. Una doble avenida se presenta frente a mí con el transito que se
acerca al medio día. Unas luces de taxi me hacen juego y niego con la cabeza.
“¿Y ahora?” me pregunto junto a un profundo
suspiro. No tengo claro para nada qué debo hacer. En otros tiempos el plan era
fácil: ir a buscar un hospedaje, dejar el equipaje en un lugar seguro y luego
ir a visitar los puntos turísticos de la ciudad pero hoy son nuevos y distintos
tiempos. Debo ser sumamente cuidadoso e inteligente con mis decisiones ya que
poseo una fuente de recursos finita, muy finita.
Por ahora el hambre no ataca así que lo mejor
será caminar.
—Pana ¿Cómo llego al centro?—preguntó a un
transeúnte que parece llevar un poco de apuro. No se detiene a mi pregunta,
solo levanta la mano y me responde “recto”.
Doy mis primeros pasos en la incertidumbre. Voy
sin norte notando los detalles de las calles, los letreros comerciales y algún
lugar donde diga hospedaje. El menor precio que consigo son 8 dólares lo cual
en este momento me parece excesivo; así que sigo mi andar con las cosas encima.
Llegó a una plaza donde los buses paran unos
minutos. Dejó que algunos se pierdan por el laberinto de semáforos y calles
hasta que puedo romper mi impavidez para encarar al primer chofer. Delgado y relativamente
joven es a quien debo pedir permiso. No tengo ninguna herramienta visible para
que el hombre pueda prever mis intenciones: no hay guitarra, parlante o una
bolsa de caramelos. Solo tengo mi voz como herramienta demostrativa.
—Poesía.
El hombre me mira confundido queriendo entender
a qué me refiero exactamente pero el bus de atrás exige con el pito que avance.
Mira por el retrovisor y levanta la mano dándome la aprobación.
Como trapecista esquivo el contador
electrónico y me pongo frente al diverso público que los buses entregan. Mis
palabras son dubitativas, lentas y nerviosas. No tiemblo pero siento aquel
conocido pánico escénico que lentamente voy superando. Empiezo a declamar el
fragmento del poema que tengo preparado. Soy poco expresivo, lento y sin
emoción sonante.
-Y así el poeta se dio cuenta que todo lo que
quería eran las cosas que en su ciudad había.
Concluyo el fragmento e inmediatamente saco
del bolso un par de las tarjetas azules y verdes donde estan escritos dos
poemas míos. De un lado yacen los versos del “yo solo quiero/ pasarme contigo/
sentirme bendito/ de ser tu lucero…” y en el reverso el poema “A la mujer” con
los versos iniciales: Aclamada desde el nacer/ afanosamente bella/ hoy te
declamo mujer/ por ser linda doncella.
Estas tarjetas son mi pasaporte, mi tarjeta
de crédito, mi comida, mi techo, y mil
copias tengo.
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Las tarjeta de la poesía. |
Les presento las tarjetas a mi audiencia,
algunos me han prestado atención, otros se hacen los desentendidos y miran por
la ventana o siguen en su celular. En ese momento me pregunto cuál es el precio
de mi poesía. En estas líneas están puestos mis ideas y sentimientos, un poco
de mi tiempo, es decir, un poco de mi vida. No puedo vivir de ideas, no puedo
vivir solamente del aire y ahora frente a éste dilema tengo que ponerle un
precio a este separador de libros, un valor comercial.
—La persona que me quiera colaborar el día de
hoy, el precio de la tarjeta es de veinticinco centavos.
Mis palabras son débiles y sin energía. Si ni
yo mismo me convenzo ¿Cómo voy a convencer al público? Al final tres personas adquieren
mis poemas, mis versos, un poco de mi tiempo.
—Gracias maestro, cuando pueda me bajo.
Me subo a otros buses y casualmente llego al
jardín botánico de la ciudad. Desde la reja exterior puedo ver parte de sus
arreglos y flores. Sus pedestales y sus palmeras. Camino con el deseo de adentrarme
a ese mundo de sendas florales, de vida, de agua, de tierra y en la entrada un
enorme letrero desvanece rápidamente mi ilusión: Cerrado los lunes.
Tomo el mismo camino por el que vine haciendo
los cálculos para el hospedaje. Aún estoy algo lejos y el hambre pronto vendrá
por lo que me debo apurar.
Mientras declamo, observo en una esquina a
una pareja de malabaristas. Concluyo lo mío rápidamente y una vez que bajo voy
inmediatamente tras ellos. Él juega en el semáforo con un devilstick (en ese momento no sabía el nombre técnico del juego,
son los dos palos en las manos moviendo un palo más grande.) Ella está con un
sombrero de Bowler (tampoco me sabia
el nombre del sombrero) y unas gafas a lo John Lennon. Cruzo la calle y el
semáforo se pone en verde. Él se acerca y notan mi presencia, los saludo.
Julián y Florencia son los nombres de los
primeros mochileros con los que me topo en el viaje y se convierten en mis
primero guías, mis primeros maestros.
Les cuento un poco de los detalles de mi viaje,
una reseña del porque lo hago, el tiempo por el que tengo planeado viajar y
otros por menores. Julián va y viene entre los rojos y verdes. Florencia
inmediatamente me da la clase de iniciación. Me lanza verdad tras verdad como
ráfagas de balas del saber perforando en mi ignorancia.
“… cada quien vive su propia experiencia, su
propia historia. Muchas cosas increíbles y locas te contaran, en principio no
creerás que sea posible, incluso puede ser que llegues a pensar que están
inventando pero te darás cuenta con el tiempo cuando tengas tus propias
anécdotas que si fue verdad lo que te contaron. No desees vivir las cosas que
viven otros, eso sería como querer vivir una vida que no es la tuya. Está es tu
experiencia, disfrútala como es…”
Sus palabras llevaban la dosis exacta de lo
que necesitaba saber y permitiese iluminar mi camino.
“… Vas a conocer mucha gente y con el tiempo
sabrás reconocer en quienes confiar y en quienes no. Es como una habilidad que
se te desarrolla automáticamente. La poesía está buena para empezar pero está
bueno que aprendas a hacer otras cosas, mientras más herramientas de trabajo
tengas, más oportunidad de levantar una moneda tendrás. Aquí en la calle
también la gente es envidiosa así que te voy a decir algo, apréndelo bien. Por
más bien que te vaya un día jamás digas que te fue bien, siempre di que te fue
regular. Te pongo un ejemplo: nosotros como malabaristas si decimos que nos va
de puta madre, otros oirán y vendrán a este mismo semáforo a trabajar. Por eso
debes ser precavido y con el dinero muy celoso cuando te pidan para hacer una
vaca, nunca falta el oportunista que dice para una botella o para celebrar el
cumpleaños de alguien y no pone un centavo. Recuerda que cada centavo que
tengas encima no te cayo del cielo, estuviste durante cuatro o cinco horas
subido en los buses, hablando y hablando, gastando saliva y voz para ganar esa
moneda, no la regales muy fácil…”
“… Por último, dices que has estado
estudiando y que quieres viajar por un año y medio. Ten cuidado con enamorarte
del viaje y termines viajando por un tiempo indeterminado. Si ese es tu destino
está bien pero debes tener presente que puede ser que de repente lo llegues a
perder todo y no tengas nunca a donde volver. La mente es más flexible en la
juventud y si te vas de largo se te hará más difícil estudiar cuando estés
viejo. Estos son simplemente mis consejos.”
Florencia continúo entregándome información importantísima,
lugares que debía conocer y otros consejos para llevar encima. La tarde estaba
muy avanzada y ellos ya se iban a ir.
—Chicos ¿Dónde se están quedando?—pregunté.
—En Baños—respondió Julián.
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