Capítulo 5: El primer poema de la calle
Recostado en una baranda del parque veo los
buses llegar e irse. Ya se han subido dos vendedores de dulces, un guitarrista
y un rapero. Al estar allí en las gradas no encuentro las palabras adecuadas
para subir. Es un miedo absurdo que tengo de encarar al chofer.
Cinco “no” consecutivos. Algún error debo
estar cometiendo, tal vez no me entienden a lo que me refiero cuando digo: dar
una poesía.
Doy mi brazo a torcer y me regreso temprano a
Baños.
“Aprende a sacarle el dinero de la calle.”
Son las palabras de Florencia que retumban en mi cabeza. Este día no ha sido el
mejor para alcanzar aquello. Estoy aún lejos de alcanzar la supervivencia, el
tiempo corre y el dinero se agota.
Nuevamente intento vencer a los buses pero el
fracaso me tumba para atrás. Esta vez tengo una nueva estrategia que pienso
mientras camino. Julián me ha dado un consejo que estoy dispuesto a tomar. Sacó
de mi bolso el libro “Instantáneas de amor.” Tres poemas tengo marcado en él.
Repaso cada uno de los poemas mientras observo el panorama totalmente. Allí
voy, a la cercanía con las personas, al encare directo frente a frente. Sin
vueltas ni rodeo, a un público pequeño pero que me escuchara sí o sí.
Una pareja son los escogidos. Sus edades
oscilan entre los veinte y tanto de años. Él tiene su brazo detrás del cuello
de ella, sonríen y conversan amenamente mientras una que otra paloma posa
frente ellos rescatando algún maíz del suelo. Ahí en esa serenidad voy yo, con
el libro en mano listo y dispuesto a hablar.
--Buenas tardes amigos. Perdón por
incomodarle pero quisiera conversar con ustedes un momento —me prestan atención
y sonríen, sigo con la misma serenidad mientras pierdo la vergüenza—. He
comenzado un viaje…
Les explico porque viajo y como pretendo hacerlo.
Les propongo leer uno de los poemas que tengo anotados e improvisar un segundo.
Ellos aceptan la propuesta con un poco de curiosidad.
“Los ojos de mi amada” es el poema escogido, escrito
por Dante Alighieri. Cambio mi tono de voz e interpreto mi primer poema en la
calle.
Amor
brilla en los ojos de mi amada,
y se
torna gentil cuando ella mira:
donde
pasa, todo hombre a verla gira
y a
quien ve tiembla el alma enamorada.
Anochece
si esconde su mirada,
y por
volverla a ver todo suspira:
ante
ella la soberbia huye y la ira;
bellas,
honrad conmigo a mi adorada.
Feliz
mil veces quien la ve y la siente;
al
nacerle el alma al punto empieza
todo
humilde pensar, toda dulzura,
y no
sabe, al mirarla sonriente,
si en
ella se excedió naturaleza,
o el
milagro gentil tanta hermosura.
Me aplauden. Agradezco. Sigo a la
improvisación, llevo un verso inicial en mi cabeza, no lo pienso más allá de un
segundo y le doy a mi boca la potestad de hablar.
Cuatro estrofas de cuatro versos que
concluyen con rima sonante. Los aplausos vuelven a surgir haciéndome sentir que
lo hice bien.
--Pero yo no vine con las manos vacías--.
Busco en el bolso una de mis tarjeta--. En esta tarjeta están escritas dos
poemas…
Nuevamente el precio se me dificulta y pongo
sobre la mesa el conocido “a colaboración” y ¿Saben cuánto fue la colaboración?
Un dólar.
El día sigue mientras camino de parque en
parque. Tres en total hay en el centro de Ambato y poco a poco me voy soltando
a hablar con las personas en la calle. Unos aceptan la invitación, otros no
pero cada palabra que suelto es parte de mi entrenamiento. Cada vez que me coloco frente a nuevas personas, mi mirada en directo a los ojos de ellos, con serenidad me presento es la sincerad la verdadera fuerzas de mis palabras.
Regreso a la Casa de Martha pasada las cinco.
Al entrar parece que no hubiera nadie en la casa. La noche anterior llegaron
dos parejas en la madrugada y durmieron en la sala. Entro en mi recamara a
sacarme los zapatos y salgo nuevamente a ver un poco de tele. Alguna película está
pasando cuando de repente oigo un ruido del exterior de la casa. Volteo a ver
por el ventanal pero nada se puede apreciar por las rejas. Sigo en la película
cuando oigo que algo se cae. Me pongo inmediatamente de pie por la cercanía del
sonido. Me acerco a la ventana buscando respuestas y súbitamente a la velocidad
de un rayo y con la demora de un pestañeo frente a mí se para un hombre sin camisa ni calzado, con el tronco desnudo
y cabellos desgreñados. Doy un respingo seguido de un insulto mental.
Conservo la calma porque creo saber quién es.
Se balancea lentamente sobre sí mismo mirándome fijamente. Balbucea unas
palabras ininteligibles para mi razón. Sus dientes muestran profundas marcas de
deterioro, bueno, lo que queda de sus dientes. Se hunde en un profundo viaje a
sus pensamientos perdiendo su mirada en un punto del vidrio que nos separa. Una
vez que regresa en sí, dispara un sin número de lamentos y quejidos.
Escucho una puerta abrirse. Al voltear veo
venir a “el parcero”.
--Ya lo conociste—bromea con un estado
pusilánime.
Agarra un vaso con agua y se sienta en la
sala a ver la televisión.
--No lo aceptaron ni en el
psiquiátrico—inicia el parcero entre los comerciales cuando le pregunto por
él—. Muchas drogas pesadas un día te tuesta la cabeza—. Concluye bebiendo un
poco más de su agua.
Veo por la ventana. Allí está él caminando
mientras mira al suelo con sus manos atrás. Pasos lentos son el preámbulo de un
discurso elocuente que nace en sus recuerdos fragmentados y su distorsionada
realidad donde no requiere de ningún abrigo para este frio andino.
La película continúa.
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