Capítulo 6: Esta es la realidad.
El pequeño pueblo de Baños se encuentra
ubicado en la provincia de Tungurahua, justo en la parte oriental de la gran
cordillera de los Andes. Está rodeado de montañas y posee cerca grandes
atracciones naturales como es el Pailón del Diablo, una cascada impresionante
donde sus inclinadas escaleras son tan asombrosas como la mismita cara del
diablo que te saluda eternamente tallada en la roca. También está cerca el
columpio del fin del mundo. Menearte junto al abismo mientras contemplas a la mama Tungurahua en todo su esplendor.
Camino por las calles del pueblo. Voy por
donde sea sin mapa con la incertidumbre de la tranquilidad de aquellas calles que
me acogen en mi locura. Camino doblando de esquina en esquina hasta que se
acaba el adoquín. Donde termina la urbe comienza la aventura. Un letrero celeste
indica el nombre del camino que se me presenta: “El sendero de la Virgen.”
El suelo de rocas y tierra aún se conserva
húmedo del rocío de la madrugada. De la copa de los arboles cuelgan lianas que
se enredan en un espiral de nunca acabar y se pierden detrás de los arbustos.
En mi ascenso me acompañan un denso camino de hormigas rojas que cubren el
suelo. Es una franja gruesa de casi la mitad de mi horma de zapato que divide el sendero.
Estos animales trabajadores se coordinan en forma óptima para lograr sus
objetivos. Se mueven incentivados por brindar su aporte en la comunidad, ayudar
en el hormiguero y descansar solo cuando se requiera. Ellas no cobran sueldos,
no cobran bonificaciones, ni siquiera tienen seguro social y aun así no
protestan cuando deben caminar, levantar aquella piedrita u hoja y
transportarla hacia el hogar de todas. Hay tanto que aprender de ellas. Quizá
por eso nos visitan en casa cuando dejamos aquel pedazo de pastel sobre la
mesa, tal vez siempre han ido para conversar con nosotros y son injustamente
recibidas con hostilidad. Quizá eso era todo lo que han querido este tiempo:
enseñarnos sobre el bienestar de la comunidad por encima del egoísmo personal.
Salto por encima de ellas y avanzó con
cautela porque el suelo tiene la cualidad de hacerme resbalar.
Baños se ve un poco distante mientras subo,
ya llevo media hora de caminata y el feroz ladrido de un perro sale a
recibirme. Me detengo con precaución siempre mirándolo a los ojos, no vaya a
ser de los que ladran y muerden.
Unos pasos lentos y cansados veo que también
ascienden cuando alcanzo la curva. Lleva un fino abrigo verde y dos perros más
lo acompañan mientras se ayuda de un bastón que es simplemente un palo de
escoba para poder continuar. Lo alcanzo un poco distante por la precaución de
sus guardianes hasta que llega a su casa. Gira una pequeña tabla que hace las
veces de seguro en su puerta de malla y la abre. Sus perros ingresan
rápidamente.
--Buenas tardes mi estimado.
Al oírme se voltea a verme y sonríe. Su risa
es escasa de dientes pero transmite esa alegría inocente que también hay en los
niños. A sus ochentas años vive en medio de la montaña en su casa de cemento y suelo por parte cemento, por partes tierra. Sus días son acompañados por
el andar de sus perros cuyos nombres apenas puede mencionar. Antes de ellos
estuvo ella hasta que se tuvo que adelantar. A su edad aún necesita trabajar
por unos cuantos centavos que puede rescatar en los sábados de feria.
Un hombre perdido en la memoria. |
--Toda esa tierra fue mía —me indica
señalando las quebradas frente a nosotros, su mano tiembla cuando la levanta.
Tiene que seguir haciendo sus cosas, yo debo
continuar mi camino. Me despide con la mano en alto y yo le devuelvo el gesto.
Finalmente llegue al final del camino. Unas
nubes volaban sobre el pueblo. Me senté en un banco mirando los tejados, unos
rojizos y otros de zinc.
Estos días han sido el calentamiento del
periplo. Desde el lunes que empecé tuve la dicha de encontrar a Julián y
Florencia quienes despejaron mis inquietudes más inmediatas. Aún tengo mucho
por aprender, personas con quien conversar, lugares que conocer y experiencias
por vivir. No hay ningún parámetro que pueda regirme más que el deseo de
descubrir. Ya me he comunicado en casa, todo está muy agitado todavía pero era
previsible: nunca lo vieron venir.
Estoy en paz conmigo mismo, factor clave para
continuar. No tengo la menor idea de lo que se viene pero estoy seguro que será
algo bueno.
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