Capítulo 7: Casa de G.
Al irme en la mañana tuve mi primera
despedida. Abrazos fuertes y llenos de motivación de aquellos quienes se han
convertido en mis primeros maestros. En mi cuaderno llevo los consejos que me
entregaron desinteresadamente dándole luz a mi andar.
Ahora, camino por una de las avenidas principales
de la ciudad de Cuenca mientras las luces de los autos vienen y van en el peor
momento para conducir: la hora pico. Me dirijo con papel en mano buscando la intersección
que tengo anotada. Bajo el rojo de un semáforo, una señorita juega con su
ula-ula. La mayor cantidad de las personas en los carros deben estar algo estresadas,
otros incluso hasta molestos por el mismo problema de todos los días: el tráfico.
Quizás, esa pausa de esquina en esquina puede ser un escape a su realidad
mientras atentos observan al malabarista esperando que se equivoque,
sorprendiéndose por la habilidad o simplemente distrayéndose un momento. El
verde hace su entrada mientras ella se retira a esperar; me acerco
preguntándole por la casa de G…
--Cruzas la calle y diagonal a la panadería
es. Puerta negra.
Las luces de una patrulla estacionada al otro
lado de la calle me dan la bienvenida. La puerta esta abierta y desde el
rellano de la escalera llamo.
Nadie contesta.
Subo lentamente mientras un hombre de
cuarenta años baja a toda marcha con papel en manos.
--Sube que ya te acomodo.
Me dice fugazmente y desaparece por el
umbral.
En la sala-comedor hay dos personas sentadas
mirando al televisor. Nos damos saludos fugaces, presentaciones rápidas y
siguen viendo a los Simpson. Dejó mis cosas en el suelo y los acompaño.
Museo Pumapungo, Cuenca. |
Poco a poco empezaron a llegar personas desde
distintas partes de la casa. Por el pasillo que llevaba al patio, las escaleras
al tercer piso o desde el frente de la casa. Llegaban de a poco, saludando, sin
hacer muchas preguntas y se hacían un puesto en los escalones, los muebles, los
bancos o en la tabla de madera.
--¡Qué bajón lo que hizo el Fede!—comenta uno
de los recién llegados.
Las respuestas y comentarios son monosílabos.
--Oigan ¿qué fue?—pregunta otro al subir las
escaleras corriendo—. Al Fede lo tienen trepado en la patrulla con cara de
perro.
--Encontró a la novia con otro y se
encabronó. Salió en la tarde y regreso borracho lanzado piedras.
Él recién llegado empezó a reírse y sube al
otro piso.
La casa de G… en algún momento fue una casa
de familia, en algún momento de la historia pero hoy se ha convertido en otro
de esos hospedajes mágicos y espectaculares donde la convivencia es parte esencial
de la estadía. Un arco separa la sala-comedor de una sala más amplia, adecuada
para entrenar malabares, leer o salir al balcón y observar un rato la ciudad.
Las paredes están pintadas de rosas, nombres y frases que identifican a mucho
de los que aquí hay. La cocina está llena de letreros dando las indicaciones de
una buena convivencia. Un largo pasillo da al patio trasero, escaleras metálicas
y otras habitaciones.
Hay una escalera que asciende al tercer piso.
Allí entre habitaciones y habitaciones se abre una puerta que tiene que da a un
de ático, colchones en el suelo, una mochila por aquí, otra por allá y con sabanas
desordenadas es el lugar más cómodo de la noche.
La casa de G… es perfecta. Nadie se conoce
pero aquí todos somos familia. No es de sorprenderse que alguien saque una armónica,
un tambor o una guitarra. Que alguien emane una canción de su país, su
folclore, su orgullo y aprendas esos nuevos versos que nacieron más al sur. No
es de sorprenderse que alguien saque sus juguetes y entrene con clavas, pelotas
o aros. Que juegue con la ilusión de movimientos y sorprenda con un nuevo
truco. No es de sorprenderse ver el hilar constante de la pulsera con nombre o
aquella con el nudo de huesito. No es de sorprenderse que alguien comparta con
otro un poco de conocimiento, es decir, su tiempo con otros. La casa de G… para
quien tiene la predisposición, se puede convertir en un hogar, un hogar de
locos.
--Cien dólares le piden al Fede— comenta
uno—. Sino pa’ cana.
--Pero pendejo el gonorrea ese ¿cómo se va a
poner a lanzar piedras?
En la televisión inicia una película mientras
unos llegan y otros se van. En escena aparece David con una botellita plástica
que empieza a pasar de mano en mano entre los asistentes. Finalmente aparece
Lucas agitando a la gente.
--¿Pa’ dónde vamos?— pregunta mientras mece a
uno de los hombros—. Me dijeron que el zoológico está bueno.
La gente poco a poco empieza a animarse.
David pide que lo esperen que va a buscar más. Rechazo la invitación y la gente
empieza a irse. Al final solo quedamos cinco personas consumiendo la noche
frente al televisor.
--¿Qué ven?— pregunta uno que acaba de
llegar.
--Una cosa de unos vaqueros con
extraterrestres.
--¿Y la gente?
--En el zoológico.
Terminan los comerciales.
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