Capítulo 9: EL PRIMER DEDO.
--Ya le debo como una semana al parce, pilas
que mañana amanecido salimos.
Dijo David cuando nos despedimos esa noche.
Dice que va para Argentina y quiere aprender el rock de allá. Dicen, en el
lenguaje de ruta, que entre argentinos y colombianos se disputan el primer lugar
de cuáles son los que más viajan.
No eran ni las seis de la mañana cuando nos
levantamos y con nuestras cosas encima salimos para algún lugar de la ciudad
buscando la ruta que nos lleve a Loja. Caminamos por unos largos treinta
minutos entre persianas que perezosamente se levantan para empezar el día, el
olor al pan que se hornea y ese frío del alba.
Tomamos un bus hacia las afueras y luego de
un desayuno rápido seguimos hacia el sur por una ruta poco señalizada.
Caminamos a lado de una montaña que brindaba indicios a derrumbarse. Allí con
un cielo que se negaba a dejar ver el sol y un asfalto húmedo levanté mi mano
vigorosamente llamando la atención de los autos con conductores distraídos,
apurados, temerosos y quien sabe que más. Allí aguardé el momento en que
alguien se apiade de nosotros, aquella persona de buena voluntad que quiera
llevarnos unos tantos kilómetros adelante acercándonos hacia algún lugar.
--¡Paró!
Salimos corriendo detrás de esa camioneta
verde con paja en el balde y la luz de freno encendida que aguarda por nosotros
¿Quién sabe hasta dónde mismo nos lleve? Allá vamos a… que acelere y se vaya
sin nosotros. Sí, habrá parado por otra razón y lo confundimos o tal vez paró
por el deseo de vernos correr con nuestros rostros de esperanza mientras reía
por ser ingenuos y una vez que nos hubo cerca sólo siguió su rumbo sin ninguna
satisfacción más que haber sido participe de una para nada graciosa broma de
quien la recibe; pero es solo un tal vez ya que nunca sabré su verdadera razón.
De nuevo, con la mano en alto sin decaer un
momento, aguardo. Esto recién empieza así que toca ser pacientes; paciencia que
se recompensa luego de pocos minutos por un auto blanco que ha puesto las luces
de parqueo y cuyo conductor nos invita a llegar.
Un policía en servicio activo, padre de
familia y próximo a jubilarse es la primera persona detrás del volante que nos
lleva a nuestro destino.
--He sido un hombre recto, quizá por eso no
ascendí tanto, pero la satisfacción que me da llegar a mi casa construida por
mi trabajo y poder ver a mis hijos graduados de la universidad y mi nietecita
dando sus primeros pasos con la tranquilidad de mi conciencia es una
satisfacción única.
La conversación continua por unos minutos
mientras confesamos de donde somos y por qué estamos viajando de esta forma
“tan poco usual”.
--Suelo levantar siempre cuando los veo. No
creo que alguien con una mochila lleve algo malo.
Finalmente llegamos al desvío pero antes de
bajar nos regala cinco dólares “para las colas”.
El parcero David (frente) y Lizardo. |
Vamos nuevamente por la carretera y ésta vez
es un auto familiar quien nos levanta. La apariencia del conductor es cómica y
hasta un poco distraída. Aunque viaja sólo su auto está repleto de cajas,
estuches con lentes, armazones y hasta un regalo para el cumpleaños de su
mujer. Fotógrafo por pasión y auditor de profesión. Ya dejó de ejercer la
contabilidad y se dedica a la fotografía turística promocionando hoteles,
cabañas y todo lugar de descanso donde la gente pueda pasar unas “vacaciones
inolvidables”.
Nos pasa una revista que encuentra en el
desorden de su secreta resaltando el reportaje donde se muestran sus
fotografías. Sobre el tablero un sin número de papeles y al volver a ver a
David en el asiento de atrás empiezo a considerar que haber entrado ha sido una
cuestión netamente metafísica.
El hombre no se detiene un instante de lanzar
preguntas lo que hace más agradable el viaje. Nos felicita y advierte sobre
nuestra decisión pero siempre recalca que nos va a ir bien.
--¡Un derrumbe!— grita emocionado mientras
aparca pegado a la otra montaña que también pareciera ceder en cualquier
instante.
El hombre se baja con su celular y una cámara
en busca de la noticia. Detrás del retrovisor lo vemos acercarse a unos de los
operarios quien le señala detrás del fango; nuestro amigo se pierde detrás de
un montículo de tierra dejando en su auto encendido a dos totales desconocidos
con todo su equipo de trabajo y el regalo de su esposa a vista y paciencia de nosotros. Nos quedamos
mirando la cara y nos empezamos a reír.
--Ese tipo está loco— digo mirando por el
retrovisor mientras niego la ironía del momento.
--Muy buena onda— agrega David mientras se
pone a jugar con las salidas del aire acondionado.
En la radio el pronóstico del tiempo alienta
a un poco de sol para la tarde y luego de quizá diez minutos de espera vuelve
súper contento nuestro amigo.
--Este regalo le va a encantar a mi mujer.
Dice mientras busca en la parte posterior del
vehículo sus “zapatos de emergencia”. Vuelve a poner el vehículo en marcha
mientras usa el celular. Lanza la cámara fotográfica para atrás sin ningún
reparo o cuidado. Sigue sonriendo hasta el punto que uno empieza a sospechar
que puede tener de emocionante la limpieza de un derrumbe.
--Mi amor— graba el audio— ¿No sabes lo que
te tengo de regalo? Mira esas fotos que te mando, el gobierno provincial está
haciendo mantenimiento en las vías. Luego te paso el resto de la información. Feliz
cumpleaños.
Esta gente debe ser de aquellos que en las
noches arman un rompecabezas. Quisiera conocerlo un poco más y descubrir que
hacen en sus tiempos libres él y su esposa pero no hay tiempo. Nos deja en la
comunidad de Saraguro donde se internará en alguna montaña para hacer otro reportaje.
Siendo casi medio día, el hambre se
manifiesta. Nuestro presupuesto son los cinco dólares del policía. Aquí parece
que nadie nos va a llevar así que debemos tomar una decisión entre seguir o que
quedarnos.
Invertimos un dólar en nuestra comida y tomamos
el próximo bus a Loja. Allá vamos con el deseo de llegar, de conocer, de
dejarnos sorprender nuevamente y aunque no tengamos ningún centavo en el
bolsillo cuando lleguemos, ya veremos que hacer.
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