Capítulo 14: Llegada a Zamora.
La carretera que une Loja con Zamora, en algunos tramos
pareciese convertirse en las terrazas de las montañas. La cima se presenta tan
cerca dando la sensación de que pasaremos por encima de ella.
Anoche llegó a mi cabeza un verso: “Yo era para ella, en la
medida que ella era para mí” y mientras cruzamos el paisaje nos brinda un
sinfín de árboles de copas anchas y gran tamaño, lianas que cuelgan libremente
al filo del abismo, las rocas, la quebrada y todo aquello que me invita a crear
el poema que dice así:
Yo era para ella
En la medida que ella era para mí
¿Cuántas noches yo le tuve?
¿Cuántas noches le viví?
Su indómito cuerpo
Madre selva mil sabor
Virgen, pura, fresca
Paisajes vestidos de flor.
Conquistador de sus praderas
Investigador de su belleza
Fui dueño de su tierra
Sus ríos, sus riberas.
Fuiste infinitamente mía
Al eclosionar en un solo ser
Tu alma dubitativa
Divergió de mi querer
Te amé como yo nunca
Te besé mil veces bien
Te hube entre mis brazos, amor mío
Para nunca más volverte a ver.
El bus se detiene en la parada del terminal. Guardo la libreta
contento de lo que pude escribir en el oscilante de las curvas. Solo hay un semáforo
en la ciudad, un solo semáforo para rescatar alguna moneda en este domingo.
Nuestro equipaje posee nueva carga, el maestro me regaló una colcha y a David
una especie de cajón peruano.
Río Zamora. |
David inspecciona cuál de las intersecciones es la adecuada y
saca su diábolo a jugar. Los autos llegan tarde al show auspiciado por el rojo.
No pasa nada pero algo debemos hacer para quemar el tiempo. Volteo viendo si
alguno de los otros semáforos puede ser de utilidad y es allí cuando veo un
carro averiado en medio de la calle. El chofer me hace con la mano y lo hago
caer en cuenta a David.
Empujamos hasta ponerlo donde no estorbe. El conductor
baja a agradecernos y se disculpa por contestar una llamada. El copiloto viene también
a nuestro encuentro tambaleándose a ratos con un vaso y botella en la mano.
Mirada china en su rostro moreno de facciones gruesas.
--¿Qué dicen?—su voz es ronca e intenta reír con esfuerzo. Deja
el vaso y la botella en el suelo. Hace las preguntas de rigor de nuestras
procedencias, exalta a su pueblo, a su tierra, a su gente vivazmente. Está lleno
de energía, de ganas de decirnos cosas entre bromas simples y ligerezas, cosas banales
con las que poco a poco, como el río Zamora, empieza a recordar su realidad.
Saca unos sueltos que le entrega a David sin más explicación que “ser buena
onda”.
Pero allí pasa algo, él sabe una abrumadora verdad que le esfuma
la sonrisa del rostro. Nos mira inquisitivamente mientras los pensamientos se desbordan
en su cabeza y ahogan la volátil calma.
--¿Ustedes tienen
familia?
Su rostro es tenso. Nos mira con cierta compasión, nos mira con
angustia y quizá hasta celos. Somos también un escape, una cura, un desahogo. El
frágil tejido de la embriaguez lo absuelve de culpa dando su más devota confesión
a este par de extraños.
--Dos hijos tengo ¡Dos!—su voz está cargada de melancolía—. ¿Saben
cuánto los veo? ¡Poco! Su madre recrimina todo lo que hice, me los niega, me
los oculta, se los lleva y yo sólo me queda a esperar el día que los pueda ver.
La amé pero fui bruto. Ellos no saben lo que sufro sin verlos, dos criaturas
que no tienen culpa de los errores de sus padres. Los amo pero no los tengo.
Empezaron a correrle lágrimas de rabia y dolor. Sacó un fajo de
billetes del pantalón.
--¿De qué me sirve tener esto si no puedo tenerlos?— separó un
billete de veinte y lo agitó frente a nosotros—. ¿Puedo comprar sus abrazos, su
tiempo, sus “te quiero papi”? ¡No!
Su amigo apareció invitándolo a irse, él se negó momentáneamente
mientras me miró a los ojos. No dijo nada en esos breves segundos pero pude oír
un poco más de sus lamentos que en la hoguera de su alma intentaban escalar las
lisas paredes del remordimiento. Separó el brazo de su amigo de su pecho y se paró
firme frente a mí. Extendió su brazo entregándome el billete.
--Espero que a ti si te pueda hacer feliz.
Su amigo finalmente se lo pudo llevar junto a la botella y el
vaso. El carro arrancó y al vernos con David concluimos que habíamos “trabajado
suficiente”. Regresamos por la misma calle que vinimos y al pasar por el cuerpo
de bomberos, reconocimos a uno de los nuestros. Llevaba guitarra, una armónica
con diadema colgándole del cuello y rastas.
Su nombre es Equis de Perú y junto a él estaba Hilary, una amiga
de la ciudad. Él ya está por irse para Loja y nos deja recomendado dormir donde
los bomberos. Una vez que hablamos con el dirigente a cargo, dejamos nuestras
mochilas en una bodega y solo tomamos nuestros enseres de primera necesidad y
nuestras cobijas. No tenemos carpa pero ya resolveremos como dormir.
Equis se despide luego de armar sus cosas, lo acompañamos hasta
el terminal y como si nos conociésemos de mucho tiempo se despide con fuertes
abrazos.
Regresamos al edificio compartido de oficinas municipales y central
de operaciones de los bomberos. David se queda conversando con Hilary mientras
le muestra sus trabajos de filigrana. Yo, por mi parte, camino por el pasillo
principal topándome con el guardia de la noche.
Un hombre que supera los cincuenta años. Su mirada es un poco
achinada y su rostro relajado. Su espeso bigote es la marca característica debajo
de la gorra.
Sus oraciones son cortas, sencillas y no se complica en explicar
a profundidad los detalles. Toda una vida como guardia de seguridad, respaldado
por sus velas y vigilias, le hacen poseer una lista de hechos nocturnos donde
acontecen cosas que el día se resiste a ver. Alguna vez trabajo en una minería
donde la garita estaba a más de un kilómetro de la entrada a las minas. Las
noches eran en hamaca y siempre a las 11 llegaba una visita. Una amiga que
salía de su trabajo y no deseosa de llegar a casa de sus padres venía a la
compañía de este hombre.
También fue cómplice de las aventuras con un odontólogo quien
conoció al azar alguna vez en un bar. Desde aquel encuentro, el odontólogo de
otra ciudad pedía a su amigo las diligencias adecuadas para pasar la noche. Él
conseguía las compañías y el odontólogo corría por todos los gastos desde la
cena, el paseo, el alcohol y el servicio de las féminas. Hasta que un día se
fue tal como llego.
--Ellas son mis vecinas—concluye riéndose con algún recuerdo que
prefiere guardar.
Sigue con su recorrido y regreso donde el solitario David. Nos
vamos al patio trasero donde están los camiones cisterna y camionetas. Allí hay una
lancha inflable precisa para recorrer los ríos y servir de cama para estos dos
locos. Quitamos los asientos acomodándonos a nuestra conveniencia.
Uso mi nueva colcha, colcha que me han regalado en el momento
preciso de necesitarla.
Mirando el tumbado antes de caer por el sueño me pongo a pensar:
“¿Qué sería de nosotros a media noche si se diese una emergencia que requieran
la lancha?”
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