Capítulo 16: La noticia.
Ese amanecer fue tardío. Distante. Lejano. El
sol no se presentaba por ningún lado como si tuviese vergüenza o pena. La noche
fue fría -¿cómo no serla?- si el viento corre presuroso al costado del río, atraviesa
las montañas cobijado por el ala del cóndor, desciende por lagunas y valles
para alcanzar con su último halito un patio trasero. Moribundo, escaso de
fuerzas en sus piernas de neblina me ve dormido. Camina expandiéndose poco a
poco y cuando intenta abrazarme, desesperadamente hablarme aunque solo sea un
leve susurro, se desvanece.
Las gotas de lo que fue quedan rondando en el
denso ambiente de la mañana. Me observan desde la pared al rodar. Camino hacia
la entrada cuando veo mi celular. Un mensaje escrito en horas de penitentes
sombras. Vuelvo mi vista a mi alrededor, el guardia con un grueso buzo se fuma
el cigarrillo del desayuno en el portón principal. Abro el mensaje. Sé lo que
dice sin leerlo, sé la esencia de su texto, la confirmación de lo que siempre
supe que pasaría, a pesar de saberlo, a pesar de ser consciente todo el tiempo:
duele.
Nos han acostumbrado a que sea así. A que sea
momento de pena, momento de aflicción, mar de lágrimas con golpes a la herida.
Duele más. Se retuerce mi corazón en el pecho y mis pulmones golpean las
costillas. Hay discusión en el pelotón de sentimientos que desencadena en el
exilio de mis lágrimas. La alegría se suicida con un nudo en mi garganta. Miles
de gritos emanan como lava volcánica en mi estómago, luchan absurdamente por
alcanzar mi boca pero el ácido de la tristeza los convierte en una muda voz sin
palabras.
Siento que la edificación de mi cuerpo son
tambaleantes ruinas próximas a desplomarse. El frío cemento palidece a mi
rostro enrojecido que se fragmenta en los inmarcesibles recuerdos que brotan de
tan reciente pero eterna partida. ¡Duele mucho más!
Llega la llamada de mi hermano, mi cómplice
desde un principio es el encargado de decírmelo. Su voz quebrada y descocida
solo posee fuerzas para dibujar una palabra en su boca: Pasó.
Me hago pequeño, diminuto con mi rostro sobre
las rodillas. ¿Qué hacer ahora? Pregunta de cajón que se para firme en el caos
de mi cabeza. Dos caminos: seguir o volver. Volver es ver los rostros largos,
tristes y apenados de las personas. De mi madre, mi hermano, mi tía. Esos
mismos rostros que ya vi en el pasado durante cuatro años seguidos, la
velación, el rosario y el fúnebre ambiente donde las flores se mueren de pena.
La razón principal de volver sería ella pero
¿acaso podría darme una nueva bendición? Verla desde la comodidad que no
siente, con su cuerpo frío y su rostro impávido en un infinito sueño. No hallo
sentido a verla así, más bien un auto flagelo a la memoria donde habitan sus
inolvidable recuerdos, bromas, besos, abrazos y quejas. Sus tardes en la
mecedora con rosario en mano, sus noches de noticia en el sofá y sus retadas
con “¡Ay Lizardo! Déjese de hablar tonteras”. Yo me despedí la última vez que
la vi, implícitamente fueron mis palabras y ese beso en su frente aun lo saboreo
en mis labios. No cargo con culpas ni arrepentimientos porque creo que dentro
de mis errores, hice como fue debido.
Regresar es también volver al sermón de
aquellos que no comprenden mis razones, aquellos a quienes no les podré
explicar con su lógica las cosas que son exclusivas de mi insatisfacción y
forma de ver la vida. Quizá me tachen de insensato y se llenen la boca con
hirientes epítetos, por mi parte pueden hablar desde su pena e incomprensión
pero será el tiempo el que hable mejor. Será el tiempo el que diga quien se
equivocó.
En la otra mano está seguir. Lo pienso y una
corta sonrisa logra atravesar un rostro destruido pintando un poco de
esperanza. Allá en el camino me espera la incertidumbre que me ha acompañado en
estos días, las aventuras rodeadas de un constante aprendizaje guiado por la
esperanza de encontrar respuestas solidas sobre esa compleja pregunta que me
hice aquella mañana en el salón: ¿Quién soy yo?
Seguir es indiscutiblemente el ganador. Atrás
sé lo que he dejado. Al frente, no hay imaginación capaz de inventar tantas
maravillas. Seguiré el camino que dibujen mis pasos hasta donde deba llegar.
Duele, duele intensamente. La voz de mi madre
me hace nadie, lloramos juntos, cerquita y nos reconfortamos con un abrazo
lejano. Me exige saber mi decisión. Aunque lo sé me niego a confesárselo
todavía.
Me despido de David y salgo en el primer bus.
Entiendo que me debo ir, partir, alejarme completamente, es el momento perfecto
para salir del país. Vuelvo a Loja antes del mediodía, regreso al Americano a
una habitación individual, pequeña sin vista a la calle. Sentado sobre la cama
miro el suelo. Las pequeñas paredes de la habitación me aprietan y el día concluye con la única certeza que nos da la vida.
Qué manera de transmitir todos tus sentimientos en palabras, impecable relato subjetivo de un momento triste e intenso donde nuestras decisiones marcarán la diferencia, pero sabes, lo que se fue se fue, no hay marcha atrás, quédate con los recuerdos gratos que han quedado grabado en la retina de tus ojos y en el aura de tu corazón, sigue tu camino, respira hondo, sigue y profundiza en ti, porque sólo en ti y en lo que encuentres en tu recorrido verás la luz y el descubrimiento de tu ser.
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