Capítulo 15: Podocarpus.


Anoche llovió, claro que llovió. Fue intensa la lluvia –en la selva parece diluvio— cuando de un momento a otro el cielo parecía caerse. Desperté un instante sintiendo la brisa fresca de la madrugada que bañaba al suelo. El tejado nos protegía precisamente. No sentí frío aunque estuviese sobre una balsa en un garaje abierto porque mi sabana, mi gruesa y pesada sábana había llegado en el momento exacto.

Llegamos.

El camino que conduce al parque nacional Podocarpus es de tierra. El taxi nos llevó hasta donde pudo y de allí avanzamos más de un kilómetro. David, Hilary y yo vamos con nuestros zapatos en las manos. Nuestros pies se hunden en el fango de vez en cuando lo cual nos obliga a tener mucho cuidado en no caer de boca. David trajo su diábolo, Hilary una pequeña mochila blanca y yo mi bolso cruzado, peso justo para nuestra expedición. Tenemos comida y agua, lo tenemos todo.


Llegamos listos a descubrir un poco de esta belleza del artesano superior. Grandeza de la Pacha Mama con sus encantos que no escatima en gastos para brindar tanta belleza.

Un desocupado guarda parques nos recibe, nos da brevemente una explicación de lo que podemos hacer y no, luego de tomar nuestros datos nos invita a recorrer con cuidado el parque. Un mapa nos indica los lugares a los que podemos ir. Elegimos a “La Princesa”.

Empezamos a ascender con cuidado pisando las rocas salientes del suelo que superaron la capa de lodo, algunas raíces tímidamente nos miran para nuevamente seguir su recorrido bajo tierra. Algunas mariposas con su suave aleteo nos saludan al pasar. Unas posan cerca y atentas abren sus alas mostrando sus vivos colores ¿Sabrán las mariposas lo hermoso que son sus alas? Cada matiz, cada forma, cada especie en un sinfín de asombrosas combinaciones rondan por estos lugares adornando un sendero que nos cansa el cuerpo pero nos hidrata el alma. De los arboles colgaban alegremente las flores, ellas que vislumbraban con su lila y bañaban con su fragancia el ambiente nos alimentaron el ascenso donde los ojos le cuestionan al cerebro: tú sin hacer nada, tienes de todo ¿por qué eres capaz de destruirlo tan cobardemente?

Alcanzamos una cabaña para hacer nuestra primera pausa. A pesar de tener todas las ganas, no tenemos la condición física óptima pero no es nada que cinco minutos de pausa y unos sorbos de agua no arreglen.

De pie nuevamente. El caminó se ensanchó hasta llevarnos a tomando un cable guía mientras en el fondo nos veía con paciencia un pequeño caudal que bañaba con sus diáfanas aguas las rocas a su paso.

Llegamos.

Allí estaba a merced de nuestra imaginación y nuestro espíritu de aventura La Princesa. ¿Habrá historia detrás de su nombre? Alguna leyenda amazónica de una mujer traicionada que amargamente lloró en lo alto de estas rocas. O alguna mujer criolla que llegó en compañía de su hacendado esposo y se casó en tan místico lugar, el agua al caer representa el eterno velo de su boda.  

La princesa.


Dejamos nuestras cosas y fuimos al encuentro con el agua. Hilary desde la orilla nos observaba riéndose de las ocurrencias que David decía. Al principio, el característico miedo que nos hace humano nos hizo caminar lentamente en el agua hasta finalmente alcanzar donde la caída.

Es brutal la fuerza con que arremete el fluido al suelo, la física mostrando la energía cinética de un fluido. Allí me senté un momento desapareciendo de la vista del mundo al combinarme con eso que está en todos nosotros.

El agua nos deshace, nos limpia. Se lleva todas estas cargas inútiles despertando a las vivas ganas de soñar. Allí en la calma de la violencia golpea mis heridas, mis penas, mis silencios deshaciendo todo lo que no requiero hasta vaciarme. Luego, gota a gota, poco a poco, vuelve a llenar mi cuerpo con su cristalino fluido de vida. Me renuevo en los brazos de la princesa que me besa el cuerpo apasionadamente.

Me pongo de pie levantando los brazos enérgicamente maravillado por los infinitos milagros del mundo. Este momento no tiene precio en el absurdo comercial de los hombres; este momento tiene el incalculable valor del disfrute de las cosas sencillas.

Volvimos al pueblo caminando donde la abundancia de orquídeas lilas nos acompañó todo el camino. Estas flores con una gran variedad de especies en el país son codiciadas y tienen un buen precio de venta al público pero aquí son parte de la cotidianidad, del día a día que pinta los murales de las montañas y perfuma las calles. Aquí su precio es sencillamente un regalo de la naturaleza.

Una de las innumerables orquídeas del camino. 

Vamos hacia el malecón de la ciudad recorriéndolo. David se pone a jugar con su diábolo en un escenario al aire libre y nosotros desde las gradas lo animamos. Mi mirada sigue inspeccionando el lugar notando que hay un gran número de ciudadanos asiáticos caminando por las calles.

--Han venido mucho en los últimos años —comenta Hilary quien tiene cierto resentimiento porque trabaja en una tienda de ellos— son un poco abusivos.


David y Hilary, compañeros la aventura. 


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