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Un Scorpio con aguijón de madera

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Primero fue el policía y luego el patrón quienes lo golpearon. El indígena adolorido sacó fuerzas de sus adentros y replicó con la voz cortada en sangre: <<Hasta aquí me pegan. Yo no voy a poner la otra mejilla.>> Así concluía en el teatro salesiano de Rocafuerte la obra Carrusel del grupo cultural Scorpio. Al público le gustó ese mosaico de pequeñas obras de realidad nacional. Les gustó a todos, menos a uno. En la época de pocas emisoras de radio y pocos lugares para la concurrencia social, un joven Winston Cedeño junto a un grupo de amigos se tomaban los balcones del municipio los sábados después de misa. Se conectaban los cables de amplificación y micrófonos. El público cruzaba el parque y en la polvorienta calle frente al palacio, escuchaban a los aficionados del canto y la declamación. Esta actividad era realizada por el Club Social Independiente, nombre que se pusieron estos jóvenes para identificarse, y fue recibida con gran agrado por la población por varios mes...

Descenso Divino.

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Esta letra muerta e indolente con las uñas clavadas en las teclas no usa apelativos subordinados a la razón. Se envuelve en sus desquiciadas emociones para sucumbir por sí misma en irreverente pena. Su condena a existir la tiene clavada con tinta aguada cuyas comas se confunden con las diéresis yuxtapuestas en firmas extravagantes de cheques al proveedor.  El Olimpo preso en histeria con los dioses apurando el exilio entre la burocracia divina, visten su oropel almidonado para poder subir al bus de los desposeídos. Se oye un galope incansable atravesando las fronteras fantasmas de los hombres, elementos desechables de la historia en la mayor de las ocasiones donde se fusionan con tierra y pan y una placa los recuerda. Hay otros menos afortunados cuyos nombres se repiten constantemente en avenidas, plazas, libros, monumentos, canciones y peor cuando tienen su propio día haciendo de su sueño eterno una pesadilla. Entre ellos que se empujan al pasar o se adelantan en la fila, ...

Puerto Rico (Parte 2)

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El día se ha ido de a poco y ahora debo buscar un refugio para pasar la noche. Un lugar sin anónimos que puedan poner en peligro mi descanso. En ese momento cuando Alejandro me brinda algunas opciones para mi carpa aparece el Nene Benítez. Todo pueblo tiene a su loco. Ese personaje característico que ha perdido la decencia social y vive a medios pasos de la realidad. Un elemento de infinita imaginación lleno de los más verosímiles alegatos para emprender un accionar incomprendido por el común de los mortales. Locos como Marcelo en Aregua, el Pelón de puerto Iguazú, el que pidió la piedra para hablar con el diablo en Jaén y muchos otros más que crean un realismo mágico con asfalto, adoquines y hollín. El Nene Benítez posee todas las características para ser colocado en esta categoría y lo avala su rutina de todas las mañanas. Pasa por una panadería donde le dan el pan de ayer, fresco aun solo que un día en el sistema internacional de calidad de pan significa basura, co...

Puerto Rico (Parte 1)

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Caminando por la Ruta 12 (Argentina) La noche me sorprendió con la carpa oculta entre arboles pequeños. Dormir en dos o tres lugares en la misma noche se ha vuelto rutina cuando se está en la intemperie de un parque o plaza. Recojo mis cosas en un santiamén y me dirijo hacia una cubierta cercana que me proteja de la lluvia sonámbula. Mis horas de descanso bajo las telas húmedas hasta el temprano amanecer son pocas pero alivian la carga del día pasado. En la mañana anterior emprendí la caminata desde Montecarlo hasta Garuhape acompañado de un esporádico compañero de ruta. La caminata ha sido inclemente con un sol agotador sobre un asfalto de escasas sombras. Este hombre que me acompaña no se detiene de hablar, se dice y se contradice cada dos segundos y confiesa sus crímenes de robo a tiendas y mercados. Las historia de la cicatriz en su brazo, el amor a sus hijos, los recuerdos de la infancia en su villa, el hambre culposa de sus padres, la necesidad de hacer algo mal vis...

Capítulo 17: ¿Qué haces con un millón?

Voy decidido a cruzar la frontera, esa línea imaginaria útil en el colectivo de los hombres que me quita el título de  local para ser catalogado como extranjero. El norte peruano se encuentra sumido en emergencia. Un fuerte invierno atesta las regiones del norte causando huaicos  e inundaciones. Aquello no es motivo para detenerme pero si para ser precavido de los lugares que pretendo pisar. Es por ello que decido ingresar por el control fronterizo “La Balsa” ubicado en el sureste de la provincia de Loja ingresando a ceja de selva. No debo esperar mucho hasta que un primer auto me lleva.  —Trabajaba como mediador entre las empresas petroleras con las comunidades indígenas—. Me comenta el conductor mientras baja el volumen de la radio—. Es algo increíble, te explico— empieza mientras me mira a ratos por el retrovisor—. Vamos como comisión a hablar con el jefe de la tribu, te hacen sentar unos frente a otros. Comienza la reunión, ellos poseen su traductor pero siempre...

Capítulo 16: La noticia.

Ese amanecer fue tardío. Distante. Lejano. El sol no se presentaba por ningún lado como si tuviese vergüenza o pena. La noche fue fría -¿cómo no serla?- si el viento corre presuroso al costado del río, atraviesa las montañas cobijado por el ala del cóndor, desciende por lagunas y valles para alcanzar con su último halito un patio trasero. Moribundo, escaso de fuerzas en sus piernas de neblina me ve dormido. Camina expandiéndose poco a poco y cuando intenta abrazarme, desesperadamente hablarme aunque solo sea un leve susurro, se desvanece. Las gotas de lo que fue quedan rondando en el denso ambiente de la mañana. Me observan desde la pared al rodar. Camino hacia la entrada cuando veo mi celular. Un mensaje escrito en horas de penitentes sombras. Vuelvo mi vista a mi alrededor, el guardia con un grueso buzo se fuma el cigarrillo del desayuno en el portón principal. Abro el mensaje. Sé lo que dice sin leerlo, sé la esencia de su texto, la confirmación de lo que siempre supe que pasa...

Capítulo 15: Podocarpus.

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Anoche llovió, claro que llovió. Fue intensa la lluvia –en la selva parece diluvio— cuando de un momento a otro el cielo parecía caerse. Desperté un instante sintiendo la brisa fresca de la madrugada que bañaba al suelo. El tejado nos protegía precisamente. No sentí frío aunque estuviese sobre una balsa en un garaje abierto porque mi sabana, mi gruesa y pesada sábana había llegado en el momento exacto. Llegamos. El camino que conduce al parque nacional Podocarpus es de tierra. El taxi nos llevó hasta donde pudo y de allí avanzamos más de un kilómetro. David, Hilary y yo vamos con nuestros zapatos en las manos. Nuestros pies se hunden en el fango de vez en cuando lo cual nos obliga a tener mucho cuidado en no caer de boca. David trajo su diábolo, Hilary una pequeña mochila blanca y yo mi bolso cruzado, peso justo para nuestra expedición. Tenemos comida y agua, lo tenemos todo. Llegamos listos a descubrir un poco de esta belleza del artesano superior. Grandeza de la Pacha...