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Mostrando entradas de octubre, 2018

Capítulo 13: Vilcabamba.

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Hemos llegado a un lugar enigmático donde la vida se prolonga por encima de la media nacional. Aquí los habitantes nativos se caracterizan por la avanzada edad a la que pueden llegar ¿Por qué? “Porque vivimos relajados” me respondió un señor en la plaza central al reírse de mí –o conmigo- para luego seguir lentamente su camino. La vista del cerro próximo me envuelve en la curiosidad de develar un misterio cuya respuesta puede estar en el campo físico como el clima, el estilo vida o cualquier otro factor real. El enigma tal vez se pueda resolverse adentrándonos en las ciencias esotéricas, alquimia o magia. Quizá sea el hambre la que me hace pensar pavadas. Nos dijeron que siguiendo el camino que cruza el río encontraremos una comunidad autóctona donde podremos realizar labores de siembra, ayudar y compartir con los integrantes. Caminamos arduamente, el camino es fangoso y el peso extra en nuestras mochilas nos dificulta las labores. Vale la pena parar, mirar esos cerros ...

Capítulo 12: La última noche en Loja.

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Pasando por la plaza central me percato de un museo cuyo nombre me atrapa inmediatamente: “Museo de la Lojanidad.” La palabra “lojanidad” se centra en la identidad de este pueblo, en su cultura, en sus costumbres, en su forma de vivir la vida. Tiene la fuerza del orgullo de sus habitantes, de sus pensamientos, de su adaptación al medio circundante y demás. Lojanidad. El mismo nombre te invita a entender desde la observación de la vitrina un análisis más profundo de lo que he visto y palpado en las calles los días anteriores. Sala del Museo de la Lojanidad. Damos nuestros documentos y entramos a una antigua casa colonial donde recorremos pasillos que representan las habitaciones del siglo pasado. Muebles de madera resplandeciente donde quizá alguna vez algún hombre o mujer de renombre se haya sentado frente a ese escritorio a tomar una decisión importante, redactar una carta o simplemente a meditar observando aquel cuadro de un cristo dolido que sostiene en sus manos u...

Capítulo 11: La paranoia de David.

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Estoy sentado sobre la cama mientras garabateo con inconexas palabras un poco de esta realidad. La noche es cálida. Oigo la voz del hombre que vende arroz en la esquina, los autos y sus bocinas y una funda que se expande y contrae. Me alisto para salir a conseguir Wi-fi del pasillo pero David se levanta abruptamente de su lecho. Vuelvo mi mirada a él viendo en su rostro una mueca ajena a la de la tarde, su mirada es inquisitiva mientras analiza con nuevos ojos la habitación. Empieza a caminar, lo hace lento, muy lento. Observa minuciosamente todo aquello que lo rodea, las camas, la mesa, ¡El suelo! El suelo de tablas paralelas que lo dirigen hacia la puerta de salida, persigue ese haz de luz imaginario que como reflector hace clavar su mirada en el primitivo sistema de seguridad de gancho y agujero. Silencio. El haz de luz hace mover su rostro hacia la pared. El suelo pierde interés cuando la pared le entrega una nueva textura, una nueva sensación que absorbe con un...

Capítulo 10: El americano.

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Caminando junto al cauce del río llegamos a aquella casona colonial que nos habían recomendado. Entramos por un pobremente iluminado pasillo hasta esa barra que hacía las veces de recepción. Un anciano gordo con el cabello totalmente blanqueado nos recibió. Su rostro tenía dibujada una expresión dolida, fría y distante. Nos saludó a secas mostrando un carácter hostil de autoridad. --Le pagamos a la noche. Su rostro no se inmuto en lo más mínimo, ninguna mueca de aprobación o negación se le formó. Debe estar acostumbrado a nosotros. Frente a él deben haber pasado tantos que no somos más que una gota en el océano de todos sus huéspedes. Frente a esta barra han de haber pasado vendedores ambulantes, mendigos de semáforos y aceras, ex convictos en proceso de rehabilitación con la salida negada del país, artesanos con o sin rastas, malabaristas, músicos, gente que va y viene dándole vueltas al mundo sin parar en la nómada vida de “rodar y rodar”. ¿Qué no habrá visto ya? Es alguien...

Capítulo 9: EL PRIMER DEDO.

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--Ya le debo como una semana al parce, pilas que mañana amanecido salimos. Dijo David cuando nos despedimos esa noche. Dice que va para Argentina y quiere aprender el rock de allá. Dicen, en el lenguaje de ruta, que entre argentinos y colombianos se disputan el primer lugar de cuáles son los que más viajan. No eran ni las seis de la mañana cuando nos levantamos y con nuestras cosas encima salimos para algún lugar de la ciudad buscando la ruta que nos lleve a Loja. Caminamos por unos largos treinta minutos entre persianas que perezosamente se levantan para empezar el día, el olor al pan que se hornea y ese frío del alba. Tomamos un bus hacia las afueras y luego de un desayuno rápido seguimos hacia el sur por una ruta poco señalizada. Caminamos a lado de una montaña que brindaba indicios a derrumbarse. Allí con un cielo que se negaba a dejar ver el sol y un asfalto húmedo levanté mi mano vigorosamente llamando la atención de los autos con conductores distraídos, apura...

Capítulo 8: Mangueo.

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He vuelto a la casa temprano. Los días están feos para trabajar en la calle, la lluvia aparece a cada instante y se prolonga por horas.  Todos están pegados al televisor sin mucha esperanza que escampe. El día gris mantiene a todos pusilánimes viendo las horas pasar. La novedad ha sido que David, el parcero, se ha intoxicado de tanto beber aguardiente. Todo el día acostado en su colchón con un balde a su lado y quejidos constantes. Le han ayudado con algunas infusiones y se niega a tomar pastillas. Se resiste también de ir a un hospital. --No voy a ir. Prefiero sufrir aquí a que me inyecten allá. Se lo deja solo en su penuria. De cuando en cuando alguien sube a socorrerlo. --Che, a la noche no llegás—bromea alguien al verlo. De repente alguien grita en la sala “hace hambre” y “el negro” de un salto se pone de pie y saca una bolsa de mercado de la cocina. --Yo voy. Durante los días que he estado aquí, comida siempre ha habido. En el almuerzo hubo un cal...

Capítulo 7: Casa de G.

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Al irme en la mañana tuve mi primera despedida. Abrazos fuertes y llenos de motivación de aquellos quienes se han convertido en mis primeros maestros. En mi cuaderno llevo los consejos que me entregaron desinteresadamente dándole luz a mi andar. Ahora, camino por una de las avenidas principales de la ciudad de Cuenca mientras las luces de los autos vienen y van en el peor momento para conducir: la hora pico. Me dirijo con papel en mano buscando la intersección que tengo anotada. Bajo el rojo de un semáforo, una señorita juega con su ula-ula. La mayor cantidad de las personas en los carros deben estar algo estresadas, otros incluso hasta molestos por el mismo problema de todos los días: el tráfico. Quizás, esa pausa de esquina en esquina puede ser un escape a su realidad mientras atentos observan al malabarista esperando que se equivoque, sorprendiéndose por la habilidad o simplemente distrayéndose un momento. El verde hace su entrada mientras ella se retira a esperar; me acerco p...